martes, 9 de abril de 2013

Girls y la ansiedad



Cuando vi el primer capítulo de esta serie me recordó tanto a Skin que casi se me saltan las lágrimas de emoción, ¡al fin había encontrado algo de la misma calidad! La primera temporada cumplió todas mis expectativas: divertida, dramática, me hizo reflexionar y me sorprendió en cada capítulo. La segunda temporada… podrían habérsela ahorrado. Sólo 10 capítulos, que aunque parecen pocos he acabado únicamente por tesón, capricho y un poco de aburrimiento. Nada, esta temporada no me ha gustado nada y a duras penas he conseguido mantener mi atención en los 30 minutos que dura cada uno de ellos. Hasta el último, bueno no es que el último sea diferente, porque en realidad es tan soso y poco sorprendente como todos los demás, pero ha servido para volver a traer a mi cabeza los problemas mentales, su dureza y su incomprensión. Hace tanto que, por suerte, no sufro un ataque de pánico real que casi había olvidado esa sensación de miedo constante y desesperación, y ahora sin embargo dedico a reflexionar unos minutos sobre mi ansiedad pasada. No, no es bueno olvidarla, porque olvidarla significaría no tenerla presente y esto es necesario para prevenirla. Hay que ser capaz de estar atento para identificar el más mínimo síntoma y poder pararlo antes de que se te escape de las manos. Tengo que recordar cómo me hacía sentir, mi ser incapaz para casi todo para valorar realmente la energía diaria que siento en la actualidad para levantarme y hacer mil cosas que me encantan. No hay que olvidar a todas las personas que me ofrecieron su infinita paciencia, su apoyo, su cariño, sus palabras de ánimo aunque no terminaran de entender muy bien cómo me sentía realmente. No les culpo, no es algo fácil. Así que Girls, a pesar de tener una mierda de 2º temporada hoy me deja una sensación de felicidad e infinita gratitud por todo lo que tengo. No lo olvidéis: hay que aprender a ser felices con lo que tenemos, no es conformismo, es humildad. 

viernes, 21 de diciembre de 2012

Artículo publicado en La Vanguardia, escrito por la periodista Angeles Caso

Será porque tres de mis más queridos amigos se han enfrentado inesperadamente estas Navidades a enfermedades gravísimas. O porque, por suerte para mí, mi compañero es un hombre que no posee nada material pero tiene el corazón y la cabeza más sanos que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso. O tal vez porque, a estas alturas de mi existencia, he vivido ya las suficientes horas buenas y horas malas como para empezar a colocar las cosas en su sitio. Será, quizá, porque algún bendito ángel de la sabiduría ha pasado por aquí cerca y ha dejado llegar una bocanada de su aliento hasta mí. El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.
Casi nada de lo que creemos que es importante me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad. Paso de las coronas de laureles y de los halagos sucios. Igual que paso del fango de la envidia, de la maledicencia y el juicio ajeno. Aparto a los quejumbrosos y malhumorados, a los egoístas y ambiciosos que aspiran a reposar en tumbas llenas de honores y cuentas bancarias, sobre las que nadie derramará una sola lágrima en la que quepa una partícula minúscula de pena verdadera. Detesto los coches de lujo que ensucian el mundo, los abrigos de pieles arrancadas de un cuerpo tibio y palpitante, las joyas fabricadas sobre las penalidades de hombres esclavos que padecen en las minas de esmeraldas y de oro a cambio de un pedazo de pan.
Rechazo el cinismo de una sociedad que sólo piensa en su propio bienestar y se desentiende del malestar de los otros, a base del cual construye su derroche. Y a los malditos indiferentes que nunca se meten en líos. Señalo con el dedo a los hipócritas que depositan una moneda en las huchas de las misiones pero no comparten la mesa con un inmigrante. A los que te aplauden cuando eres reina y te abandonan cuando te salen pústulas. A los que creen que sólo es importante tener y exhibir en lugar de sentir, pensar y ser.
Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo la ternura de mi amor y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y unas palabras de cariño antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de mis muertos. Un par de árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer patatas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.
También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O todo.

domingo, 28 de octubre de 2012

Después de pasar un finde estupendo, tranquilo, disfrutando de pequeñas cosas, de buena compañía, de agradables conversaciones, de momentos muertos que reconfortan mucho más que noches de bullicio y gentío estoy aquí pensando, pensando no, más bien siendo consciente, interiorizando plenamente que hay cosas mucho más importantes que las pequeñas idioteces que últimamente me quitaban el sueño. Una idiotez concretamente. Imaginándome una de muchas posibles conversaciones que podría tener con gente con la que seguramente no vuelva a hablar encontré la respuesta correcta a todo mi problema. Fueron sólo dos meses, y dos meses en los que objetivamente yo aporté mucho más a su vida que él a la mía. He vivido 27 años sin él y ahora estoy segura que podré hacerla otros tantos. Se acabó este ciclo para mí y en el momento justo el que decidí sacar el pie que me quedaba dentro de esa mierda empecé a ver con claridad lo que me negaba a reconocer: flojea en actitudes que a mí me resultan imprescindibles. Adiós.

martes, 16 de octubre de 2012

Una pequeña historia y el recuerdo de nuestra cuerda

Ayá por el 2001 más o menos empecé a leerme una novela de Lucía Etxebarría, creo recordar que por recomendación de Luisa, ella había leído algo y la tía le había fascinado. Su criterio para las lecturas siempre me había parecido muy fiable y reconozco que, incluso en estos largos años sin que tengamos relación he elegido más de una novela por recomendación directa o indirecta suya. El caso es que comencé a leerla y desde el principio noté que no me enganchaba lo más mínimo pero como no me gusta dejar los libros a medias (es curioso porque con otras cosas lo puedo hacer sin problemas) intenté acabarla, eso sí, sin éxito. Supongo que en lo que duró esa aburrida lectura se cruzaría en mi camino algún otro libro que me cautivara desde el principio y que precipitara lo inevitable: dejar el otro a un lado. Hace poco una amiga me recomendó que me leyera el último libro de dicha escritora, y yo, contundente, le dije que no pensaba leer nada más de ella, que me recordaba a Almodovar  y que sus historias estaban sobrecargadas de homosexuales, drogadictos, adictos al sexo y de todo ello mezclado. A los pocos días acompañé a Irene (mi cuñada) a su casa y, por primera vez, entré en su habitación y en la de su hermana, y allí me dejó sola mientras ella iba al baño y siendo lo curiosa (o cotilla) que soy estaba claro que iba ocupar mi tiempo en inspeccionar todo al milímetro, eso sí, sin abrir ni un cajón. Encima de la cama había una estantería repleta de libros y, muchos de ellos, libros que a mí me han encantado, pero muchos otros de Lucía Etxebarría, no sé el número exacto que formará su bibliografía pero allí había al menos siete. Curioso, pensé. Y el domingo, aburrida, y sin demasiada resaca como para disfrutar del "no hacer nada" típico dominguero voy y descubro una red social de libros, un espacio donde la gente pone los libros que va leyendo, le da puntuaciones, hace críticas... esas cosas, y sorpresa mía, uno de los libros mejores puntuados: El contendio del silencio, la última novela de la susodicha. Lo tomé como demasiadas casualidades e inmediatamente llamé a un amigo que sabía que lo tenía, me lo prestó y ya casi estoy acabándolo... inesperadamente adictivo. Así que hoy he pensado que era hora de darle una segunda oportunidad a ese libro que hace tanto tiempo  dejé atrás y después de mucho rato buscando en una y otra estantería al fin lo he encontrado: De todo lo visible y lo invisible, una novela sobre el amor y otras mentiras. Y ahí, señalando esa última página que leí hace 11 años estabas tú con aquélla simple cuerda negra colgada al cuello que tanto significado tenía para nosotros, una página cuyo primer párrafo es éste...

"Al principio Ruth estuvo casi tentada de despreciar a Pedro por conformarse con una solución tan fácil, una solución que aparentemente implicaba tan pocos retos, la opción cómoda de elegir por pareja a alguien que no represente un desafío en ningún sentido, a alguien aparentemente tan inferior que a nadie se le pasaría por las mientes que fuera a abandonar un chollo como el que le había caído en suerte, pero después tuvo que admitir que era mucho más difícil elegir a alguien que implicaba una pareja estable, un compromiso firme, unos sentimientos aceptados, alguien al que se entregaba, alguien que resultaría sumamente herido si se le abandonaba, alguien de quien había que hacerse responsable, que optar por la solución contraria: enamorarse de alguien aparentemente superior que no ofrecería nunca posibilidades de cimentar una relación seria."

lunes, 15 de octubre de 2012

14

"Si no hubiera estado tan destrozado por Ada es más que probable que Gabriel no se hubiese dejado llevar por el entusiasmo de Patricia, ni se hubiese conmovido tanto ante la admiración que ella parecía profesarle. Si le huebiera encontrado entero, Patricia no habría recompuesto sus pedazos. Si no hubiera habido una Ada, Gabriel quizá no habría necesitado de consuelo, puede que ni si quiera se hubiera fijado en ella. (...)
 
(...) Gabriel casi se alegró, porque estaba convencido de que no podría haber soportado mucho tiempo más el tormento de desearla y no tenerla. Nunca supo entender el carácter de Ada: ella no parecía tener continuidad entre sus impulsos sucesivos. Un día se anunciaba dispuestísima a dejar a su marido y, al siguiente, se arrepentía o simplemente olvidaba lo que había dicho. Escapa de los momentos críticos y no se molestaba en reflexionar sobre el daño que causaba. Pero cuando la ausencia de Ada dejó de ser proyecto y se convirtió en realidad, Gabriel creyó morir. Incluso se presentó un fin de semana en Sheffield para intentar convencerla de que se divorciara. (...)
 
(...) Y entonces recordó: "Quizá sencillamente tengas que tocar el dolor y revolcarte en él, y no intentar evitarlo como llevas años haciendo, no intentar disimular. Algún día te darás cuenta de lo ridículo que es intentar siempre hacer el papel de sensato, del contenido, del tranquilo. Algún día deberás dejar de hacerle creer al resto del mundo que las cosas te resbalan y que puedes con todo y más".

miércoles, 10 de octubre de 2012

Sucedáneos

Me despierto despeinado,
del vacío que has dejado,
ya me voy acostumbrando.

Y ahora empieza a clarear,
ironía la verdad,
hoy me encuentro regular.

Cada vez que caigo...
alguien sufre daño...
si te busco encuentro...
sólo sucedáneos...

La simpatía irracional
que siempre sentí por ti
a grito pelao
va tocando ya a su fin.

Me viene fatal la crisis
y este estado permanente
correrás la misma suerte...

Y cada vez que caigo...
alguien sufre daño..
los recuerdos rancios...
que dejaron rastro...

martes, 25 de septiembre de 2012

Martín (Hache)

¿Cómo se hace para que un tío se enamore de ti? A ver…
- Nada. Se enamora o no se enamora. Pero no dramatices. Lo que suele pasar es que uno tarda en enamorarse. O tarda en darse cuenta de que está enamorado de alguien que estuvo a su lado todo el tiempo y que creyó que le era indiferente. Tú tienes que seguir coqueteando y seduciéndole. No pierdas esa alegría y esa belleza que tienes. Puede que las cosas no sean como tú las ves. Es posible que él no lo sepa pero está contigo y si está contigo es porque te quiere.
- O porque no le molesto. Yo soy el tipo de chica que a los hombres les resulta cómodo. No soy fea. Tengo el sí fácil. El orgasmo todavía más fácil. Soy sensual. Apasionada. Simpática. Nada celosa. Cuando estoy con un tío acepto lo que me da. No exijo imposibles. Cuando las cosas se pudren se va o yo me voy pero sin escándalos. Moderna y pragmática. O sea una pelotuda.