lunes, 26 de abril de 2010

Debilidades a-pasion-ANTES


La manifestación más curiosa del automatismo psicológico en el hombre normal es la pasión, que se parece mucho más de lo que se suele pensar a la sugestión y al impulso y que durante un momento espolea nuestra soberbia poniéndonos al nivel de los locos. La pasión propiamente dicha, la que arrebata al hombre a su pesar, es completamente semejante a una locura, tanto en su origen como en su desarrollo y su mecanismo. Todo el mundo sabe que la pasión no depende de la voluntad y no comienza cuando queremos; por poner un ejemplo, para enamorarse no basta con quererlo. Muy al contrario, el esfuerzo voluntario, la reflexión y el análisis al que nos entregásemos, lejos de llevarnos al amor propiamente dicho, irresistible y ciego, nos alejaría infaliblemente y sólo haría nacer sentimientos contrarios. Asimismo, es vano incitar en uno mismo la ambición o los celos; si estas pasiones se declarasen útiles o necesarias, no podríamos experimentarlas. Hay otra característica que me parece menos conocida menos analizada por los psicólogos: la pasión sólo puede comenzar en nosotros en ciertos momentos, cuando estamos en una situación particular. Ordinariamente se dice que el amor es una pasión a la que el hombre siempre está expuesto y que puede sorprenderle en cualquier momento de su vida desde lo quince años hasta los setenta y cinco. Esto no me parece exacto y el hombre no es susceptible de enamorase durante toda su vida, en todo momento. Cuando un hombre está sano física y moralmente, cuando está en completa y fácil posesión de todas sus ideas, no experimentará una pasión aunque se exponga a las circunstancias más capaces de hacerla nacer. Cuando los deseos son razonados y voluntarios no arrastran al hombre más que hasta donde quiere ir y desaparecen en cuanto quiere librarse de ellos. Por el contrario, un hombre enfermo moralmente, que debido a un cansancio físico o a trabajos intelectuales excesivos, o después de violentas conmociones y prolongados pesares, esté agotado, triste, distraído, tímido, incapaz de coordinar sus ideas, en una palabra, deprimido se enamorará o encenderá la chispa de cualquier otra pasión a la primera ocasión, por útil que sea. Los novelistas, cuando son psicólogos, lo entienden bien: el amor no comienza en un momento de dicha, de audacia y de salud moral sino en un instante de tristeza, de languidez y de debilidad. Basta entonces el menor estímulo; la vista de un rostro cualquiera, un gesto, una palabra que en el instante precedente nos hubiera dejado totalmente indiferentes, nos hiere y se convierte en el punto de partida de una larga enfermedad amorosa.


"Debilidad y fuerzas morales"

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