jueves, 20 de octubre de 2011

Lecciones culinarias


Estoy limpiando la cocina, pensando en mis cosas, bastante animada para como me encuentro últimamente, mantenerme ocupada con cosas cotidianas me sienta bien. Me queda sólo por fregar la sartén grande, pero antes tengo que vaciar el aceite en un bote… Decido utilizar un escurridor de pasta a modo de colador, pues en mi casa no hay. Dejo caer el aceite y el experimento cumple perfectamente su función… al principio, hasta que echo demasiado aceite como para que a los cuatro agujeritos les dé tiempo a filtrar tan rápido, empieza a salirse un poquito fuera. “No pasa nada por un poquito”, pienso, “ahora lo limpio y ya está”. Cuando termino de colar todo el líquido, la mancha de la encimera ha dejado de ser “un poquito” para convertirse en un charco en toda regla que se expande a un ritmo vertiginoso. Cojo el rollo de papel, corto un trozo para cubrirlo, un trozo más, un poquito más. Utilizo casi medio rollo y todavía queda bastante. Pruebo con papel de periódico, con servilletas, y finalmente con una bayeta. Después de media hora, aún sigo quitando restos. Concluyo que me pasa esto a menudo, que me quedo mirando cómo las cosas se van torciendo, poco a poco, distrayéndome mientras tanto con otras idioteces y convenciéndome a mí misma de que ya lo arreglaré más tarde. Pero a veces espero demasiado, y entonces la mierda es suficientemente grande como para que sea imposible quitarla sin que deje resto alguno. Eso sí, esta vez mereció la pena por lo suavitas que se me quedaron las manos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario