lunes, 19 de diciembre de 2011

Desvanecido


Un lunes como otro cualquiera abro los ojos y noto una sensación extraña todavía en ese estado semiomnírico que caracteriza a los primeros segundos del despertar. Lo primero que me viene a la cabeza es esa palabra, un único monosílabo lleno de magia que llegó en el momento más oportuno, seguramente sin ser buscado ni consciente de lo agradecida que fue su llegada. Sonrío. Mis pensamientos divagan desde ahí a límites insospechados, más aún para tan temprana hora, pero sigo sonriendo, pensando ahora en cada una de las personas que están ahí, inesperada o esperadamente, dándome su apoyo, sirviéndome como muleta para hacer más fácil este levantarse de mi nueva recaída. Aún con una mueca en forma de U en la cara recapacito entonces sobre qué es esa sensación rara que no encaja en mi estado de ánimo. Es como si me faltara algo, una pérdida, un desprendimiento. Pongo la atención paulatinamente en cada una de las partes de mi cuerpo: mis pies, sus correspondientes dedos, piernas, brazos, nariz… aunque helada también está ahí, todo está en su sitio. Y caigo en la cuenta súbitamente, no hay rastro de ti, de tu recuerdo, no hay ni gota de tristeza ya en mi despertar. Desapareció la rabia, el dolor, la frustración, la impotencia y su consecuente desesperación. Se evaporó la melancolía, las ganas de llamarte, el echarte de menos. Definitivamente no queda rastro de ti en mí. El duelo ha conluido. Se abre un mundo lleno de posibilidades a mis pies.
Foto: C/ Arenal (Madrid)

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